El amigo gay de Hitler

blogs.publico.es

 

En toda dictadura hay espacio para la hipocresía. Tal o cual comportamiento están mal, y la propaganda se encarga de hacérselo saber a la población, pero las élites no tienen por qué seguir esas directrices al pie de la letra.

Eso mismo aparece muy bien reflejado en la serie El cuento de la criada (en la que, por cierto, los militares siguen una estética muy similar a la nazi), en la que aparece un establecimiento que nos recuerda al Salón Kitty, un burdel muy curioso que estuvo activo durante el nazismo.

El caso que nos ocupa hoy es el de Ernst Röhm, el amigo gay de Hitler.

Röhm había fundado un grupo de oficiales nacionalistas radicales, y Hitler se acercó al mismo en 1920, ya que los grupos paramilitares que controlaba eran muy amplios y poderosos en el momento.

Y, ojo, Röhm no ocultó en ningún momento su homosexualidad, que era conocida públicamente (necesitarás este dato más adelante). Esos grupos de militares descontentos se dedicaban a enturbiar la paz en las calles y socavar la débil democracia de Weimar, algo que a Hitler le vino de perlas.

A partir de entonces se hicieron muy cercanos. Tanto que, en 1923, Röhm fue una de las figuras destacadas en el intento de golpe de Estado de Hitler, el Putsch de Múnich. El Putsch de Múnich, o Putsch de la Cervecería, fue un fracaso por las prisas e improvisaciones, y ni las tropas paramilitares ni el apoyo de un héroe de la Primera Guerra Mundial como el general Ludendorff sirvieron para mucho.

Tras un tiroteo que dejó catorce golpistas y cuatro policías muertos, además de una bala en la pierna de Göring, a Röhm y Hitler les tocó compartir ducha y jabón durante un tiempo. Se dice que aquí fue cuando Röhm empezó a tutear a Hitler, algo que no hacía nadie más.

Aunque Röhm era más independiente de lo que a Hitler le gustaba, Hitler lo convirtió en líder de las SA, que ya contaba con alrededor de 400.000 miembros. En ese momento empezaron los problemas: algunos subordinados de las SA se quejaron y utilizaron la homosexualidad de Röhm para atacarle.

¿Y sabes quién salió en su defensa?

Exacto, Hitler.

El austríaco dijo que eran «cosas que pertenecen únicamente a la esfera privada», y que las SA era un «grupo de rudos combatientes», no una «institución moral».

Pero el problema de estructuración de las SA con respecto al partido nazi no terminó, porque el grupo paramilitar era una olla a presión de violencia difícilmente contenida. El partido los utilizaba para agitar las calles cuando era necesario, pero el control sobre ellos no era completo.

Tras convertirse en canciller en 1933 (gracias, de hecho, al miedo que había instaurado las SA en las calles), Adolf Hitler se embarcó en un imparable viaje hacia el poder absoluto, y las SA le molestaban mucho. Los paramilitares seguían en las calles con su «política de vandalismo». Para Hitler, una vez que las SA habían aplastado a la izquierda y cualquier oposición política, las intimidaciones, la violencia y disturbios diarios se convirtieron en un problema.

Y la hipocresía dura hasta donde dura la utilidad de cada uno. ¿Que te tiras a quien te da la gana? Todo bien, al menos mientras hagas lo tuyo y la cosa siga funcionando.

Sin embargo, en 1934 ese equilibrio precario saltaría por los aires. Las SA alcanzaban la friolera de cuatro millones y medio de miembros, y Hitler tenía miedo a su poder creciente. Además, Röhm exigía a Hitler que el pequeño ejército alemán (limitado a 100.000 por el tratado de Versalles de 1919) fuese absorbido por las SA y que estas se convirtiesen en el ejército.

A la cúpula del ejército esto no le gustaba un pelo, y el jefe de Estado era uno de ellos, Hindenburg. Este le pidió a Hitler que atajara el asunto. Por si fuera poco, las SA practicaban por entonces un culto a la personalidad centrado en Röhm. Hitler había sido desplazado de las páginas de su periódico, SA-Mann.

Desde principios de 1934 Hitler ordenó a la Gestapo investigar a las SA, y una serie de enemigos de Röhm se pusieron manos a la obra: Diels, Bormann, Hess Himmler, Heydrich, Göring… Casi todos eran altos cargos del partido y de las SS (Schutzstaffel), que formaba parte de las SA.

Las SS y la Gestapo se encargaron de inventar que las SA planeaban dar un golpe, y finalmente se «captó» una orden falsificada de Röhm que llamaba a las SA a las armas.

Entre las SA se corrió el rumor de que iban a ser atacadas, así que en algunos puntos del país se lanzaron a la calle, y ya estaba el lío montado.

Hitler montó en cólera y empezó la fiesta. La madrugada del 30 de junio comenzó la operación Colibrí, conocida como Noche de los cuchillos largos, que duró hasta el 2 de julio. Hitler pidió que le llevasen al hotel donde Röhm y la cúpula de las SA descansaban de una borrachera.

Pistola en mano, Hitler y séquito entró en la habitación de Röhm y le acusó de traición. Otro importante dirigente de las SA estaba en otra habitación, compartiendo cama con un muchacho. Se llevaron a todos y Hitler les dijo de todo. Literalmente, «estaba fuera de sí, poseído por la ira, y echó espumarajos por la boca cuando empezó a hablar». Por si quedaba alguna duda, dijo que era la «peor traición de la historia del mundo».

Judas, lo sentimos por ti.

Sin juicios ni leches, comenzaron los fusilamientos. Y, pese a todo, «Hitler no quería que fusilaran a Röhm», anotó un dirigente nazi, por los servicios prestados. Röhm esperó su sentencia, y al parecer Göring y Himmler presionaron a Hitler, que cedió, pero dio la opción a Röhm de suicidarse. Röhm se negó a asumir las acusaciones y fue asesinado.

En toda Alemania, las SS y la Gestapo mataron a 150-200 cabecillas de las SA y comenzó a desmantelarse la organización, que en poco tiempo perdió toda su importancia.

Y, para crear un discurso cohesionado y no generar tensiones, Hitler señaló la necesidad de acabar con las SA con doce puntos que insistían en la necesidad de acabar con la homosexualidad, el libertinaje, las borracheras… Se le olvidó lo de la esfera privada y además le dio un alzheimer muy repentino y oportuno, porque según algunos estalló de rabia cuando se enteró de la homosexualidad de Röhm.

Es más, parece que comenzó a correr un chiste por Alemania al respecto: «¿Cómo se pondrá cuando se entere de que Göring es gordo y de que Goebbels cojea?».

Y hablando del demonio. Goebbels, jefe de propaganda, hizo lo suyo: echar mierda. Especialmente, atacó a toda la cúpula de las SA por su homosexualidad que, insistimos, conocía el partido, y mucha más gente, desde siempre.

Pocos años más tarde la dictadura nazi endureció la persecución a homosexuales, algo que parece que Himmler y sus SS espolearon, ya que comenzaron una persecución a partir de 1935 que llevaba a homosexuales a duras penas de prisión, campos de concentración y castración. Se calcula que entre 1935 y 1943 unos 46.000 homosexuales fueron condenados. De ellos, entre 5.000 y 15.000 terminaron en campos de concentración.

Cuando los campos fueron liberados, las leyes nazis más brutales fueron derogadas, y en Alemania del Este se eliminaron también las que perseguían a homosexuales. Sin embargo, no se derogaron en Alemania Occidental hasta 1994.

Laisser un commentaire

Votre adresse e-mail ne sera pas publiée. Les champs obligatoires sont indiqués avec *

quinze − 6 =